Dulce Maria Gonzalez Ramirez- Primer año MDP
Fue el cuarto día de nuestro trabajo de campo en Shaikarawe. Eran las
6:20p.m. El sol, con un cielo rojizo
intenso pero apacible, estaba a punto de
desvanecerse en el horizonte. Preparábamos una gran fogata con leña que habíamos
recolectado durante el día cuando el primer tambor fue traído a nuestro
campamento. Sillas y tapetes de carrizo se acomodaban alrededor mientras una
olla con agua hervía junto al fuego, pues recibiríamos con té a nuestros
invitados de esa noche.
Eran las 7:00p.m. Se sentía una noche fría pero serena. Gracias al infortunio
de la carencia de electricidad en los pueblos cercanos e incluso en Shaikarawe,
el cielo parecía tener en el fondo una tela muy negra, pues las estrellas
brillaban intensamente. Inclusive, la Osa Mayor y la Vía Láctea eran visibles
completamente. Los viejos, hombres y mujeres
con sus niños amarrados a sus espaldas caminaron desde sus chozas hasta nuestro
campamento. Para ese entonces, dos tambores más habían sido traídos. Estos
fueron llevados frente al fuego y
ungidos con un poco de agua para que la piel de la parte superior se
ablandara, pues así resonarían más fuerte. Mientras tanto, tres mujeres
danzantes y un médico tradicional preparaban sus sencillos atuendos, utensilios
y hierbas para la ceremonia.
Sentados solemnemente pero con
una mirada apacible, los viejos sabios del pueblo se encontraban de lado izquierdo de la multitud, sosteniendo sus bastones con las manos juntas y entre
sus piernas. Enseguida de ellos y de lado izquierdo del médico tradicional, la
mayoría de las mujeres y niños se encontraban sentados, pues así es el
costumbre del ritual. En el centro y frente al fuego, el curandero se
encontraba de rodillas y, sobre un
petate, tendido junto a él, un “paciente”
esperaba por su sanación. A la derecha de ellos, los tres tambores sonaban
y al mismo tiempo las mujeres aplaudían
y cantaban al ritmo del silbido que el curandero dictaba.
Ceremonia de sanación de la tribu Khwe - Shaikarawe
Ya eran las 7:30 pm. Éramos 50
personas alrededor de la fogata y la ceremonia de sanación había comenzado.
Después de un par de canciones, sorpresivamente un viejecito, ya ciego por su
edad, se unió al cantico del curandero. Ya sentado junto a él y después de
entonarse al canto, el viejecito comenzó a tocar su mambira, un instrumento tradicional africano que tiene un grupo de
lengüetas de metal adheridas a un tablero resonador de madera. Ambas voces se
escuchaban fuertemente invocando a sus ancestros. A través de las canciones en
Khwedam nos contaban las historias de la vida, la caza y las tradiciones de su tribu. Inmediatamente,
las dos mujeres danzantes, se aproximaron a bailar alrededor del fuego. Sus
cuerpos se movían incesantemente como si vibraran desde adentro. Increíble eran
sus movimientos pues parecían como sonajas al viento. Debo confesar que jamás
vi algo igual. Al mismo tiempo, el Chief
Ponda, jefe de la tribu, se levantó de su silla, se quitó el saco y se arremangó la camisa. Contagiado por el
goce de todos los presentes, arrebató uno de los tambores y Ponda comenzó a
tocar.
La combinación de los ritmos y contra ritmos se hacía cada vez más denso
y complejo. El canto y los aplausos son muy importantes en un ritual de
sanación Khwe; estos son repetitivos y permiten llegar al trance espiritual que
el curandero necesita. Las voces de las mujeres se sientan en un coro y ritmo
incesante y al mismo tiempo los cantos y oraciones del curandero dirigen el
ritual. Estas ceremonias se llevan a cabo para la curación enfermedades o
dolores en el cuerpo pero también para
la sanación espiritual. Cada curandero tiene un estilo único y un método de
curación, pero todos atesoran y conservan la misma base y respeto del
conocimiento tradicional Khwe.
Eran ya las 9:25pm. No pasó mucho tiempo después, cuando el curandero se
levantó y comenzó a bailar. Era la parte culminante del ritual cuando asombrosamente
por varios segundos, ya estando en trance, el curandero poso sus pies sobre las
brazas ardientes de la fogata. ¡Una vez!, ¡dos veces!, ¡e incluso una tercera
vez lo hizo sin lastimarse en lo absoluto! Los niños, con sus ojitos muy
abiertos y atentos, observaban cada detalle. Al igual que nosotras, ellos
estaban atónitos y emocionados., ¡nunca olvidaré el brillo que el fuego
reflejaba sus ojos!
Nadie vestía con sus galas tradicionales, las cuales originalmente están
hechas con pieles de animales. Inclusive, las mujeres que danzaron y el
curandero solo presentaron sus instrumentos tradicionales y vestimentas simples.
Sin embargo, aun con las ropas más sencillas, todos y cada uno de los habitantes
de Shaikarawe disfrutaron y compartieron la humildad y gran valor de sus
corazones. Para mí esos momentos eran inolvidables,
una de las más autenticas e impresionantes representaciones de ceremonia Khwe,
pues fue verdadera pureza de regocijo y humildad. Especialmente, cuando me hice consiente que
estaba frente a una de las más antiguas tribus de la tierra y que por ende,
representaba una de las más antiguas formas de espiritualidad del hombre.
Lo que esperábamos fuese una hora de ceremonia de sanación, para ellos
se convirtió en tres horas de celebración, y para nosotros, una experiencia de vida.
Amor, sabiduría y respeto por sus ancestros fue limpiamente expresado, pero también
esperanza, valor y amor por sus tradiciones y futuras generaciones. Esa noche,
fue una celebración a la vida, de esperanza para Shaikarawe.
Palabras
claves: Shaikarawe, tribu Khwe, ceremonia, sanación tradicional.